Llevo varias horas frustrado y lleno de impotencia. Ha vuelto a ocurrir: un joven sindicalista ha sido asesinado brutalmente por fascistas y neonazis. Y no quiero permanecer en silencio.
El caso de Clément Méric, francés de apenas 19 años, sindicalista, y perteneciente al movimiento LGTB, es otro más dentro de la larga lista de víctimas de la violencia fascista a la que estamos sometidos. Pero este caso ha colmado mi paciencia, me ha tocado demasiado dentro. Soy pacifista, o intento serlo, y creo que nadie, sea del bando que sea, debería morir por sus ideales. Pero, ¿por qué siempre la sangre cae del mismo lado? Algo dentro de mí me dice que ya basta, que combatir este tipo de agresiones no es suficiente, y que al fascismo hay que erradicarlo de raíz, a base de fuego y guillotina. Porque en el fondo algo me dice que sería lo justo, que la condescendencia no lleva a ningún sitio. Pero insisto, procuro ser pacifista.No me gusta entrar en detalles sobre los asesinos, porque no se merecen tal repercusión, solo merecen el mismo destino de su víctima, pero no puedo resistirme a ahincar en el hecho de que el principal sospechoso resulta ser un fascista español. Los mismos que condenan el gesto de los estudiantes negándole el saludo a Wert son los mismos que hoy hacen oídos sordos ante este asesinato. Esa es la marca España de la que se supone que tanto orgullo tenemos que sentir.
Aitor Vaquerizo, militante de ALEAS-IU Fuenlabrada
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